domingo, 7 de marzo de 2010

Algo sobre Mahler

La infancia de Gustav Mahler y su vida familiar no fue de las más felices.
Su padre, Bernhard Mahler poseía una taberna y allí era ayudado por todos los integrantes de la familia. De acuerdo a lo señalado por Gustav, su padre era un hombre violento, autoritario, de pésimo carácter y a quien incluso sorprendió en reiteradas ocasiones teniendo relaxiones sexuales con mujerzuelas del lugar.
En cambio, la madre de Gustav era una humilde mujer, dulce y silenciosa, poseedora de un notable refinamiento que le valió el apodo irónico por parte de su irascible esposo de "la duquesa". Vivió una vida solitaria y silenciosa junto a su ma­rido y sufrió con total pasividad los castigos que él solía infligirle en frecuentes momentos de brutalidad. El pequeño Gustav presenció varias de estas brutales golpizas propinadas a su madre.
Años más tarde, estas situaciones traumáticas serían reveladas por Mahler en la famosísima y única sesión psicológica que mantuvo con Freud.
Al año de la vida de Gustav, la familia se trasladó a Iglau, una ciudad-for­taleza ubicada ya en zona morava. Allí el padre debió luchar con admi­rable constancia por el logro de una buena posición. Después de muchos es­fuerzos pudo instalar una taberna, la que junto con una destilería de vina­gre y otros productos, permitieron facilitar la vida familiar. Por fin, en 1873, Bernhard fue designado ciuda­dano de Iglau lo que aumentó su creciente prestigio. Transformado en burgués, dejó al morir una discreta fortuna. Nada de ello en cambio al­canzó a su mujer, la desdichada Marie, quten presenció la muerte de ocho de sus hijos y sufrió la to­tal negligencia y agresividad de su marido a quien sobrevivió apenas seis meses.
En Iglau, Gustav Mahler comenzó a familiarizarse con las canciones po­pulares y la música militar que sue­len infestar sus obras más importan­tes. Es que sin dudas, los hechos de su infancia (en su mayoría de cariz trágico) quedaron estrecha­mente ligados a su sensibilidad. Entre 1869 y 1875, Gustav asiste a las clases del Colegio de Gramática de Iglau pero ya su talento musical se hace notar cuando encuentra un piano en el altillo de la casa de su abuela.
Sus padres deciden llevarlo ante el mítico Ju­lius Epstein, importante profesor del Conservatorio de Viena. Mahler to­có ante él algunas de las piezas pia­nísticas que ya había compuesto en sus quince años de edad. La anécdota del encuentro entre Epstein, padre e hijo, fue con­tada por el propio Epstein en estos términos:

"Me hallaba en Baden cuando me avisaron que un destilero de Iglau, llamado Bernhard Mahler había ve­nido a verme con su hijo. 'Este es mi hijo Gustav que está convencida de que quiere ser músico, sin em­bargo, yo preferiría mandarlo a una Academia comercial o a la Universidad para que después pueda ha­cerse cargo de mi destilería. Pero mi hijo no quiere saber nada de eso', explicó Mahler padre sin mayor en­tusiasmo. Miré al niño que no tenía aspecto de sentirse intimidado y por el contrario daba la impresión de alguien capaz de labrarse su propio destino. Pensé que esa cara exhibía un carácter nada común. Me pre­gunté si podría decidir su futuro mientras lo miraba. 'Qué tarea di­ficultosa' pensé; luego le pedí que tocara algo. Después de unos minu­tos lo interrumpí y me dirigí al pa­dre: 'Señor Mahler, su hijo ha na­cido músico'. Sorprendido y disgustado, el hombre replicó: 'Pero, Señor Profesor, usted acaba de decir que es difícil decidir el destino de un joven, ¿cómo se siente ahora ca­paz de juzgarlo si lo ha oído apenas cinco minutos?'. 'Le aseguro Señor Mahler que no soy tan presuntuoso corno usted cree. En este caso no pue­do equivocarrne. Este joven tiene espíritu, pero no del tipo que usted necesita para encarar el espíritu de su negocio...".

Treinta y seis años después, en 1911, Epstein todavía recordaba la gratitud en los ojos de Gustav.
Uno no puede menos que agradecer desde la distancia al viejo profesor Epstein, quien, con una simple intui­ción favoreció la vida musical de Mahler en un momento crítico de su evolución.
A raíz de lo acontecido fue enviado a Viena para estudiar en el Conser­vatorio. En 1875, Gustav conoció a Anton Bruckner, un hecho que pare­e haberlo conmovido notoriamente y sobre el que se han tejido todo tipo de inexactitudes, las que lleva­ron a muchos críticos antiguos (hay algunos que sobreviven) a comparar sus respectivos estilos. Conviene aclarar aquí cuál fue la relación per­sonal entre ambos hombres. Si bien al comienzo, Mahler se inscribió en los cursos de Armonía que daba Bruckner, no parece haberse sentido particularmente convencido por las maneras simplonas e ingenuas del organista de San Florián, las cuales se extendían a su criterio pedagógi­co. No obstante siempre admiró la maestría de su arte (tan aparente mente opuesto a la personalidad de su autor) y de hecho, realizó una reducción y arreglo (junto con su amigo Krzyzanowski) de la Sinfonía N° 3 de Bruckner. Por el otro lado también hubo marcada admiración y estima, aunque Bruckner se hizo famoso por no escatimar nunca elogios a nadie.

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